11th May 2017
Me gusta mirar a la gente, y que la gente me mire a mí. Me gustan las sonrisas, la complicidad y las carcajadas hasta que te duela la panza. Me gusta que la gente haga contacto físico mientras se habla, mientras se ríe, que se den un abrazo sin importar dónde o con quien estén.
Antes de empezar mi viaje por Kerala en India ya estaba ansiosa por volver a ver rostros que expresan y miradas que penetran. Porque eso no lo encuentras en cualquier sitio y te lo dice una chica que pasó el último año en Londres donde la gente evita el contacto visual y si te rozan sin querer te piden mil disculpas como si una gran catástrofe hubiese ocurrido.
Fui en busca de esos rostros tan característicos, de esas diversas tonalidades de piel, de esas arrugas en la cara que tienen tantas historias vividas y problemas superados, de esas sonrisas vírgenes y sinceras que aguardan un mundo enorme hacia delante.
Fui en busca de esos rostros que te sonríen sin importar quién o de dónde eres, que te saludan efusivamente saliendo de su casa solo porque te ven pasar.
De esas miradas inocentes y hasta vergonzosas, pero tan sinceras que te hacen sonreír del amor que las acompaña. De esos rostros sinceros y transparentes, que no necesitan decir palabras para transmitir.
También de esos rostros que te dejan sin aliento, que te paralizan y te vuelan la cabeza.
India es contraste, India choca, pero India te enseña. Depende de ti abrirle tu corazón, tu alma, todos tus sentidos. Querer aprender, querer aprehender, querer dejar todo y querer dar todo de ti. Sentir como te estremeces, sentirlo en cada poro de tu piel, y reaccionar, reaccionar a esos sentimientos que salen de ti sin saber muy bien cómo.
Rostros que te cuentan historias infinitas, aventuras increíbles, y esas novelas que te contaría tu abuela en esa vieja silla mecedora de madera, pero ahora con otro contexto y con otros personajes.
Hay tanto que aprender de la gente mayor, y sobre todo de aquellos que viven en un país que parecería por algunos aspectos se quedó paralizado en el tiempo. Anécdotas que podrían durar por horas, arrugas que tienen enésimas historias escritas.
Pero así mismo, vine a encontrar sonrisas frescas, miradas puras y complicidad de los más pequeños. Los que vienen, se avergüenzan, pero a los pocos minutos ya están trepados encima tuyo jugando y abrazándote hasta reventar tus huesos. Rostros sinceros y llenos de vida.
Me gusta la gente, me gusta hacer vida local, me gusta darme cuenta lo parecida que soy con muchos que viven a kilómetros de mi y lo distinta que también puedo ser hasta quedarme boquiabierta pero tratando de pasar desapercibida. Me gustan las diferencias, me gustan las costumbres, me gustan los estilos de vida de cada uno y me gusta poder tener la suerte de recorrer el mundo descubriendo todo esto por mi misma. Me gusta ver rostros, me gusta leer sus miradas y me gusta vivir la vida viendo como otros viven la suya en cualquier esquina del mundo.